Cuando hablamos de fracaso en educación nos referimos al hecho de que un joven culmine su escolarización obligatoria abandonando el sistema educativo y no obtenga la titulación correspondiente, el Graduado en Educación Secundaria, considerado básico, bien para continuar su vida académica, bien para incorporarse con suficiente competencia en el mercado laboral.
En esta situación se encuentra en nuestra ciudad cerca de la mitad de la población escolar, donde se acumula con mayor entidad el porcentaje de fracaso que se da para el conjunto de la provincia, el 39%, uno de los más altos de España. La media de la Comunidad Valenciana se sitúa en el 40%, nueve puntos por encima del que soporta España, un 31%. Para el conjunto de los países europeos el porcentaje medio es del 22%, pero las diferencias entre países son muy abultadas.
Los que engrosan estas cifras son alumnas y alumnos condenados a ocupar los niveles profesionales menos cualificados. Las personas que conforman ya un amplio segmento de la sociedad poco preparada para competir con las de nuestro entorno. Si la educación, formalmente considerada, es un valor de futuro, la mitad de nuestra sociedad ni lo disfruta ni lo posee.
Conocidos estos datos, demoledores, resultan paradójicos los que arrojan una reciente encuesta oficial sobre las cuestiones que más preocupan a la ciudadanía castellonense. Como era de esperar, el paro es uno de los primeros, pero la educación se encuentra a la cola de sus intereses.
Quizá no sea tan contradictorio, sino consecuencia directa de ese mismo fracaso. O, a la inversa, es esa ínfima preocupación una de las causas del fracaso escolar. O las dos cosas: el círculo vicioso al que nos han conducido quince años de gobiernos de derecha, en la Generalitat y en el Ayuntamiento. Porque no lo olvidemos: la educación es competencia autonómica exclusiva, y el gobierno municipal tiene importantes responsabilidades en la materia.
Estos resultados no son producto de la casualidad. Si bien es cierto que los vaivenes habidos en la ordenación general del sistema son contraproducentes, al igual que los modelos sociales en los que se maneja la educación, no podemos achacar los altísimos índices de fracaso a causas remotas o difusas. Las diferencias con otras comunidades así nos lo indican.
En las reuniones que desde el Partido Socialista estamos manteniendo con representantes de asociaciones del sector educativo y equipos directivos de centros docentes de los distritos de la ciudad se están poniendo sobre la mesa muchos porqués de este fracaso. Los fríos datos estadísticos se arropan con un sinnúmero de causas que hablan de la dejadez del Ayuntamiento en el mantenimiento de las escuelas, sus escuelas, envejecidas por un abandono de lustros: ventanas, persianas, goteras, puertas, radiadores, equipamientos, patios, vallados… De entornos y accesos tercermundistas, como esos solares anexos a centros recientemente visitados por las autoridades educativas en los que se pasean tranquilamente ratas como conejos. De escuelas que se quedan pequeñas antes de ponerse en funcionamiento por los graves retrasos de su construcción…
Un gobierno local que no se considera responsable de la educación de sus ciudadanos y un gobierno autonómico enfrascado en falsos debates, que lanza como señuelos con que encandilar a una población cada vez menos consciente de su propio fracaso: del chino como asignatura, de la miopía de los portátiles, de la educación para la ciudadanía en inglés, de la autoridad por decreto. Una estrategia perfectamente diseñada para que la educación de nuestras gentes sea la que se desprende de las estadísticas.
En esas reuniones tomamos nota del mapa de deficiencias y exponemos nuestra alternativa sobre política educativa municipal, la educación que necesita Castellón, el proyecto de una ciudad educadora. Un proyecto participativo, de toda la ciudadanía, con un Ayuntamiento que debe asumir el liderazgo que le corresponde. Un proyecto en el que toda la ciudad es un espacio educativo, pues la educación trasciende la escuela e impregna toda la actividad social. Un proyecto radicalmente distinto del que se ahora se nos ofrece, pero que lleva muchos años configurando la política educativa de muchas ciudades de Europa y del mundo.
Si no cambiamos pronto de modelo, toda una generación será hija de este fracaso.
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