domingo, 12 de diciembre de 2010

MODERNIZARSE O SUCUMBIR


Solo era su apellido, y sólo deambulaba por allí, sin motivo aparente, errático y solo en mitad de la noche. Y ésta fue su sola y tímida respuesta a las muchas preguntas del policía: “Me llamo Iniesta Solo”...

¿De qué va esto? De sumarse al aluvión de críticas que ha provocado la última andanada de la Real Academia de la Lengua, con el cambio de algunas reglas ortográficas, la actualización de ciertos vocablos y la redefinición de unas cuantas letras del alfabeto. Todo ello, aseguran, con la sana intención de mejorar la comunicación en español y adaptarse a los nuevos tiempos.

La lengua es algo vivo y, como tal, debe crecer al son de las nuevas necesidades de sus usuarios. No debemos ser reacios a este esfuerzo modernizador, más aún cuando las sociedades están inmersas en una vorágine de cambios constantes, cuando las nuevas (no tan nuevas ya) tecnologías están imponiendo revolucionarios modelos de interrelación social. “Para sobrevivir – dice García de la Concha con sus 75 años – una lengua debe ser usada por un gran número de personas, tener un idioma unitario, y estar actualizada con la tecnología”. Aunque nos pongamos en plan puristas y nos alarmen los cambios, no debemos analizar con ligereza y frivolidad las decisiones de tan sesudos y prestigiosos académicos. Todos los cambios han tenido sus detractores y la evolución, a la postre, ha sido imparable.

Iraq será ahora Irak; Qatar, será Catar; la i latina será sólo i; la i griega, ye, y se impone la be y la uve a las bes alta y baja. Son cambios comprensibles, porque nadie hablaba de la doble be baja para referirse a la uve doble, por ejemplo.

Pero junto a estas lógicas actualizaciones han refrendado otras, referidas a clásicas normas gramaticales de acentuación, con la intención de simplificar la escritura, que han generado la polémica. A partir de ya, se elimina la tilde de los adverbios, única diferenciación gráfica de los respectivos adjetivos y, en algunos casos, con una sustancial diferencia semántica. Éste, ése y aquél, y sus diferentes formas; el significado del vocablo ‘sólo’ se distinguirá, si acaso, por el contexto. O no. Elimina la tilde de guión, truhán, huí y fié, considerándolos monosílabos, así como la tilde de ó entre números. A partir de ahora no sabremos si hablamos de 607 o de 6 ó 7.

¿A qué puede obedecer semejante cambio y cuáles son sus consecuencias? ¿Van realmente a mejorar nuestra comunicación escrita? Y lo que es más preocupante, ¿van a favorecer el aprendizaje correcto de nuestros escolares?

Últimamente son ya muchos los medios de comunicación escritos y las traducciones de publicaciones extranjeras que han renunciado a la acentuación gráfica de ‘sólo’, palabra de la que se abusa incansablemente. ¿Será porque los correctores de Word de Microsoft no pueden detectar el error? Si eso fuera, la Academia se habría quedado con poco brillo y con menos esplendor. ¿Será porque la actualización es, simplemente, una mera subordinación a los intereses de las compañías informáticas y de telefonía móvil para facilitar el marcaje de mensajes? ¿O es que la RAE ha sucumbido, como tantas otras instituciones sociales y políticas a la implacable globalización?

No se trata solamente, como algunos han manifestado, de rechazar estos cambios y mantener la actual norma gramatical por razones estéticas. Se trata, sobre todo, de rebelarse contra ese pseudolenguaje que prolifera entre los jóvenes y que tanto daño está haciendo a su educación, refrendado ahora por sus eminencias académicas. Y se trata, cómo no, de salir en defensa de la labor de tantos docentes que se parten el espinazo intentando enseñar a escribir correctamente, sin faltas de ortografía y de sintaxis, con claridad de ideas y con un rico vocabulario. Ahora nuestros escolares leen y escriben, sobre todo, en soporte informático. ¿Es el medio el que ha de determinar el modo o, por el contrario, tenemos que insistir en su utilización correcta?

Parece que en esta lucha por la modernización, la RAE se ha inclinado por lo fácil. ¿Por qué no ha metido la tijera en expresiones que nos llevan a la Edad Media eliminando, por ejemplo, términos racistas, como “judiada”, o expresiones sexistas que nos sumergen en lo más profundo de nuestro acerbo cultural? ¿Hasta cuándo hemos de convivir con expresiones como “eres un zorro” (por astuto) y “menuda zorra” (por prostituta)? Por no hablar del masculino genérico, que ha dejado postrada a la mitad de la población.

No sabemos cuál habrá sido la postura sobre estas cuestiones del insigne académico que calienta el sillón T, el multifacético, postmoderno y buen escritor Pérez Reverte; él, que tan iracundo se ha mostrado con los políticos responsables de la educación de los últimos treinta años, incluidos Maravall y Solana, de los que dice “deberían ser ahorcados tras un juicio de Nuremberg cultural”. Él, que pone a todos en el mismo saco, sin distinguir churras de merinas ni saber de la misa la media en materia educativa, llamándoles analfabetos y demagogos entre otras lindezas. ¿Hemos de esperar que, consecuentemente, se desmarque públicamente de esta sinrazón o, por el contrario, habrá que pensar que, por moderno y solidario, haya sido uno de sus más fervientes impulsores?

No hay comentarios:

Publicar un comentario