sábado, 17 de septiembre de 2011

2003: ¿DÓNDE ESTABAN?

(Artículo publicado en 'Levante de Castellón' el 16-09-11)

La sociedad valenciana en su conjunto, sus máximos representantes institucionales, el empresariado y todos los partidos políticos valencianos estamos, en estos tiempos inciertos, apostando fuerte por que se haga realidad en un futuro no lejano el Corredor Mediterráneo, un elemento estratégico de desarrollo de capital importancia.

Por fin parece que todos estamos remando en la misma dirección, y todo son parabienes – sin duda merecidos – a las acciones que en este sentido se realizan desde el Palau de la Generalitat. Todas son necesarias, también las que se promueven desde otras comunidades del arco mediterráneo, habida cuenta de las dificultades que el empeño conlleva, financieras y políticas, para que la Unión Europea haga suyo el proyecto y permita su ejecución prioritaria.

Uno de estos escollos, quizá el más importante, tiene una fecha de origen: el año 2003, cuando el gobierno de Aznar, con Rajoy como vicepresidente, movió todos los resortes para que la Unión Europea aceptara el Eje Central como prioritario, borrando del mapa los periféricos. España era, según el ideario del PP, el centro y alrededores y, por supuesto, nada de ejes que olieran a pancatalanismo. A ello dedicaron todos sus esfuerzos, con la comisaria europea Loyola de Palacio a la cabeza. Y lo lograron.

En aquel verano del 2003 en Les Platjetes de Orpesa se cocían los grandes temas políticos del momento, entre partidas de pádel, cenas a la luz de la luna mediterránea y corrillos donde se reían las gracias y chistes de unos y otros. Allí también acudían – cómo no – Carlos y Alberto Fabra, y el empresariado de la provincia, pero a nadie se le oyó una palabra sobre la importancia para nuestro futuro de este corredor litoral. ¡Cómo atreverse! A pesar de que sus tácticas populistas les han llevado a utilizar el victimismo y la confrontación territorial como arma política, les pudo la sumisión, porque a lo mejor en esos momentos sus intereses eran más prosaicos. No se les ocurrió, por supuesto, montar una cumbre de alcaldes ni aprovechar algún acto multitudinario tan al uso para reclamarlo con sólidos argumentos. Se perdió la gran oportunidad, porque era el momento. Y se han perdido irremediablemente ocho años.

Afortunadamente, desde el comienzo de su andadura el nuevo gobierno de Zapatero fue sensible a este planteamiento que superaba la vieja tradición centralista y apostó por el nuevo corredor que, junto con el cantábrico, debía garantizar un correcto mallado de la red. Pero había que compatibilizarlo con el recién aprobado por las autoridades europeas. Difícil papeleta, que ha necesitado de una dura y sostenida gestión, pero estamos a punto de lograrlo. Una gestión que ya lleva invertidos 8.400 millones de euros en estos últimos siete años, y que ha supuesto la inversión de 1.684 millones en el corredor ferroviario. El propio ministro Blanco ya presentó hace unos meses en Barcelona el plan de actuación. El proceso de revisión del RTE-T (Redes Transeuropeas de Transporte) cuenta con un proyecto integral, con plazos y presupuestos, para que el Corredor Mediterráneo esté plenamente operativo en el 2020.

Sin embargo, nuevos nubarrones se ciernen sobre el proyecto, tan negros que pueden hacerlo fracasar una vez más. Rajoy vuelve a sus planteamientos de 2003 y calla ante el boicot que están impulsando los presidentes autonómicos del centro: Cospedal, Aguirre, Rudí, Monago… todos del PP. No se decanta, pues no en balde estamos en periodo preelectoral.

Esta tensión interna es la que debe superar Alberto Fabra y en sus manos está demostrar que ha cambiado su silencio y conformismo del pasado. Sin aspavientos ni discursos hueros al estilo de su antecesor; más bien con firme carácter reivindicativo, sólidos argumentos y ejercicio de liderazgo.

No lo tiene fácil, hay que reconocerlo, pues su primer encuentro con Rajoy ha sido baldío. Necesita reforzar su capacidad de actuación, que debe demostrar, sobre todo, ante sus compañeros de partido. No caben, como decía el propio jefe del Consell en la cumbre del mes pasado, “dudas ni lenguajes poco claros”, sino la “seguridad y certeza de que lo vayamos construyendo en el futuro sea lo prioritario”. A eso nos apuntamos.

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