sábado, 8 de agosto de 2009

GESTOS, MUECAS Y PANTOMIMAS


Dicen que los gestos son importantes en política. Mucho lo deben ser, a la vista de la profusión y cuidado con que son programados y utilizados. Se puede decir que no hay manifestación política que no prevea el gesto, formando parte de su puesta en escena y como elemento comunicador, haciéndolo punto de referencia mediático.

Todos los utilizan, gobierno y oposición, cada cual con sus propios fines. Recuérdese, por ejemplo, como gesto de trascendencia innegable, la reunión de Patxi López con los colectivos de víctimas de terrorismo tras su investidura; o la llegada en taxi de Miguel Ángel Revilla a la Moncloa, o el encuentro de Moratinos con Caruana en Gibraltar.

Como gesto hay que tomar el acompañamiento de Rita a Camps, bolso en mano y de la mano, al TSJ de Valencia para declarar sobre los regalos de El Bigotes. Haga lo que haga la Justicia, el gesto ha quedado impreso en nuestra retina.

Gestos son, cómo no, la colocación de primeras piedras, aunque todos sabemos que mejores gestos son la colocación de las últimas.

Como se ve, son tan diversos en la finalidad y el alcance con que cada uno se presenta que meterlos todos en un mismo saco con la etiqueta de “gestos” no parece apropiado. Más bien algunos parecen muecas – guiños o carantoñas – cuyo único fin es congraciarse con la clientela, y otros simplemente son pantomimas del esperpento continuo en el que se desenvuelve la política valenciana.

De todos, nos quedamos con el que nos lacera, intelectual y estéticamente, desde hace ya cinco años colgando de un balcón de la plaza Las Aulas. La pancarta “Agua para todos” fue un gesto populista y demagógico que abanderó la política electoralista del lloro permanente, del agravio contumaz, frente al gobierno de Madrid – cuando ya no era Aznar presidente – , mientras aquí se articulaba una red de clientelismo con el agua como fondo.

Ha estado permanentemente expuesta – excepto en los periodos electorales por imperativo legal -, convirtiéndose con el paso de los años en símbolo de poder. Ya no importa que el agua no sea un problema escatológico; no importa que la manipulada Plataforma del Agua se vaya diluyendo como azucarillo al tiempo que se han ido aireando los intereses de alguno de sus líderes, como los del presidente de los regantes de Villena, que van desde los inmobiliarios, a la promoción del golf o la venta de agua embotellada a Danone... No, ahora la pancarta es bandera, y estará ahí, descolorida y ajada, por pelotas, mientras don Carlos presida el balcón y la casa entera.

Sólo desaparecerá cuando, en el 2011, ceda el bastón de mando a Moliner, y entonces quizá lo veamos salir del Palacio de la Plaza de las Aulas vestido a lo romano con la pancarta como túnica.

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