miércoles, 16 de junio de 2010

ICONOS URBANOS


La ciudad tiene un lenguaje propio, nos comunica con sus múltiples elementos urbanos un sinfín de mensajes, de melodías, de silencios. “El discurso de la ciudad – nos dice Margulis - tiene sus particulares juegos de lenguaje que difieren en su lógica y alcance de los que se manifiestan en el nivel lingüístico, y dentro de éste, en sus distintos planos temáticos”. A estos planos nos referimos.

Bien es cierto que la mayoría de los objetos que nos rodean pasan ante nosotros – nosotros ante ellos, más bien – sin pena ni gloria, de forma anodina y plana. Otros, por el contrario, se nos devienen singulares, nos quedan marcados en la retina y cobran significación. Y de éstos, casi todos – a pesar de su gran formato o su relativo componente artístico – sólo aguantan una primera impresión, el primer impacto atrayente por lo novedoso, pero pronto se difuminan en la bruma de la cotidianeidad.

Solamente algunos son capaces de pervivir y engrandecerse a fuerza de verlos día tras día. Se convierten, para aquellos que son capaces de apreciar su lenguaje, en pequeños iconos urbanos que nos hablan de la ciudad y sus gentes, entrando poco a poco a formar parte del alma colectiva.

No es necesario que sean monumentales: les sobra con su elocuencia. Y en Castellón los tenemos por doquier. Uno de ellos es el que muestra la fotografía: situado en la rotonda que precede al modermo puente sobre el Riu Sec, a las puertas de la Universidad y enmarcada por el grandioso edificio ortogonal de proporciones áureas, bien revestido de un gran macetero de 'trencadís' tan nuestro, el tronco seco y truncado de una enorme palmera que ha sucumbido al picudo es algo más que un ornamento maltrecho. Es una auténtica alegoría, está cargado de una simbología que nos resume gráficamente la coyuntura de la ciudad.

Nos habla, cómo no, de los problemas medioambientales que padecemos, y con ellos, a esta plaga de picudo rojo que está devastando nuestro patrimonio palmero. Hay otros picudos que atropellan parques y paseos, como el Tram por el Ribalta, pero a éste, el rojo, cual plaga infernal, algunos lo habrían calificado en otros tiempos también de masón y de otros improperios malsonantes, los mismos que ahora son capaces de atribuir sus nefastos orígenes a socialistas y zapateros.

También nos habla de dejadez, de falta de iniciativa, de mala gestión, de la atonía de gobernantes incapaces tan siquiera de sanear la palmera afectada para que no se extienda la epidemia. Y nos revela, ejemplarmente, sin artificios, el verdadero significado de esta zona urbana, la oeste, donde conviven elementos de gran singularidad con unas carencias históricas de servicios básicos y, en algunos casos, casi tercermundistas.

También habrá quien quiera ver en la decrepitud malsana del tronco muerto la esencia de los efectos que la corrupción ha extendido por la ciudad. Y, aún más, alguno apuntará a la erección fálica que representa, símbolo de la chulería machista de ciertos prebostes de nuestra tierna sociedad.

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