miércoles, 11 de marzo de 2009

SÍNDROMES, PRINCIPIOS Y LEYES


A la complejidad que caracteriza nuestras sociedades postindustriales se une un desmesurado afán racionalizador de los comportamientos individuales y colectivos, de las relaciones afectivas, las laborales, las académicas e institucionales, las públicas y las privadas. Y esta racionalización se materializa en la nominalización de las conductas y estados psicosomáticos y en el análisis de sus causas, sus manifestaciones y sus efectos. Nada se escapa a esa necesidad escrutadora que necesita poner nombre y apellidos a todos nuestros actos, sueños y sentimientos.

Así, han surgido multitud de principios, leyes, postulados y síndromes que pretenden explicarlo todo. Sabemos de principios morales, éticos, tributarios, administrativos, procesales y organizativos, entre otros, para normar nuestras relaciones vitales. Nos hablan de leyes, como la de Tylczak, la de Chishom o la de Pudder que tratan de aleccionarnos sobre ciertos comportamientos. Y cada día aparecen nuevos síndromes, desde la medicina, la psicología y la psiquiatría, para definir estados y actitudes personales: el de Estocolmo, el de Vietnam, el postvacacional, el premagdalenero o, incluso, el síndrome del que no tiene ninguno, que ya es decir.

Aún con todo este bagaje de recursos cognitivos, se nos hace difícil racionalizar lo que pasa en el Ayuntamiento de Castellón, ciertos comportamientos individuales y algunas formas relacionales con que se mueven sus estructuras. Y así, hemos dado con un principio, una ley y un síndrome que nos lo puede aclarar:

El principio de Peter, según el cual, en una jerarquía todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia. No vemos otra explicación cuando observamos cómo se manifiestan algunas de las personas en cuyas manos se mueven los intereses de todos los ciudadanos, de dónde han salido y cuál ha sido su meteórica carrera.

La pesimista ley de Murphy, que postula que si algo puede salir mal, saldrá mal. Ésta explicaría los continuos reveses jurídicos a los que está sometida la actividad municipal... y los que se esperan.

Y el síndrome de Münchausen, enfermedad psiquiátrica que se caracteriza por inventarse y fingir dolencias que llevan al individuo a estar continuamente quejándose, para ser tratado como enfermo. Tal síndrome daría nombre a ese patológico estado de nuestros gobernantes locales cuyo único afán es quejarse del gobierno de Madrid, cual mal de Almansa. Las quejan arrecian según la conveniencia del imaginario enfermo, como el reciente recurso sobre la variante de la N-340 en vísperas de las fiestas magdaleneras.

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